viernes, agosto 11, 2006

Rafael

Cuando cumplí cinco años, mi padre nos trajo a Aguascalientes de visita, quería que mi madre, mis hermanos y yo conociéramos "el aire de provincia" tan distinto al que habituados, respirábamos en la capital.

Entramos a una casa vieja que mi padre compró. Era larga, con un pasillo enorme, dividido por 5 cuartos. Luego la casa se "abría" y al frente un patio largo era coronado por un antiguo pirul, verde y fresco. A la derecha una serie de 6 cuartos más, daban la impresión de ser "una casa".

Contaban la leyenda de que habían enterrado dinero en aquella construcción derruida por el abandono y el paso de los años. A nadie de nosotros nos consta y ninguno pretendió encontrar aquella "promesa" de eterna riqueza.

Alguna tarde, con el patio despejado, salí a gritar sola y dar vueltas sobre mis propios pasos, juntar hormigas en un frasco y darles migajas de pan, para que comieran.
Justo después de las tres, mi madre salió de la cocina para llamarme a comer: Erika, Erika ven a comer. Y del otro lado de la casa, en el muro de atrás, que cubría el enorme follaje del pirul, escuché la voz de un niño llamándome por mi nombre. Corrí hasta allá, apilé ladrillos y logré mirar por encima de la pared. Ahí estaba un niño casi de mi edad, con los pantalones rotos y descalzo, jugando solo en su patio, como yo.

-Soy Rafael, ¿tú eres Erika?
-Sí y ya me voy a comer. ¿Estarás al rato?
-Sí, yo también voy a comer.

A partir de ese momento, todos las tardes salía al patio a gritarle a Rafael, para que desde su patio, jugara conmigo.
Con frecuencia volvíamos a la capital, y cuando llegaba el fin de semana para viajar de regreso a Aguascalientes, yo compraba dulces para Rafael y se los aventaba en una bolsa de plástico. Era como un extraño trueque, porque yo recibía como "regalo de bienvenida", algún bolillo con arroz o un plátano, pero a mí me daba igual. Rafael era mi amigo y jugaba conmigo. Eso era lo importante.

Cuando cumplí siete años, después de una rutina de juego descrita en estas líneas y con un poco de imaginación... mi padre decidió que volveríamos a la capital, que el desarrollo económico en la provincia era muy lento en comparación a la capital y se sentía "estancado".
No recuerdo con claridad si me despedí de Rafael, si le dije que ya no estaría diario o que volvería después.
Sé que casi un año después volví, repetí el ritual de gritarle desde mi patio hasta verlo aparecer, pero nunca más sucedió.
Rafael también se había mudado de casa, nadie sabía dónde estaba y yo, me quedé girando sobre mis propios pasos, gritando mi nombre a solas y sabiendo que no lo volvería a ver.

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